"Es profundamente excitante y fructífero el hecho de que el chamanismo,
las "técnicas arcaicas del éxtasis" según la feliz definición de Mircea
Elíade, estén nuevamente en destaque en nuestros días. Desde las
incursiones de algunos botánicos y etnógrafos del siglo pasado a las
selvas sudamericanas , que la comunidad científica está demostrando un
creciente interés por la contribuición que las plantas sicoactivas
pueden dar, tanto para establecer una cartografía de la conciencia, sino
para una solución de los grandes engimas de la espécie humana.
En
torno a esta cuestión sobre los efectos de estas plantas en el sistema
nervioso central, su papel como factor estruturador da autoconciencia
del hombre y en la creación del propio pensamiento religioso, está se
creando un campo de estudios común entre el saber científico y la
experiencia mística. Si estas técnicas, chamánicas, principalmente las
que se sirven de las plantas sagradas, fueron responsables en el pasado
por las visiones que dieron origen a las grandes revelaciones
espirituales, seguramente aún, ella nos estarán transmitiendo el mismo
mensaje. Y para nuestra conciencia es al mismo tiempo el aparato
receptor y el escenario donde ese mensaje es revelado a nosotros.
Eso
es válido tanto para las técnicas chámanicas tradicionales como para
las religiones enteógenas, fenómeno reciente, de los cuales el Culto del
Santo Daime en Brasil, de la Iboga en el Gabón y de Peyote en los EE.
UU. son los mayores exponentes. Todos eses cultos utilizan un sacramento
enteógeno, una planta sicoactiva que en contexto apropiado, produce una
expansión de la conciencia y una experiencia de cuño eminentemente
místico.
En estes cultos, la comunión con la entidad enteógena
produce experiencias distintas y profundamente significativas para todos
aquellos que participan de esta comunión. El lenguaje visionario nos
torna conscientes de un ethos y de un dharma que hasta ahora juzgábamos
hacer parte apenas de los libros que tratan de un pasado remoto. Pero
esta gradiosidad, ausente en nuestro nivel de conciencia ordinario, está
siempre presente en el mundo numinoso y feérico de la visión. Está
presente aquí y ahora, desde que queramos creer en ella y la asumir en
nuestra vida cotidiana. Es bueno creer que hacemos parte de un destino
mucho más noble, que reposa en el conocimiento del ser y que puede ser
revelado por el sacramento enteógeno a cualquier mortal ordinario y
pecador. La experiencia con las plantas sagradas no es la única que
ayuda realizar este destino. Pero por ser un atajo, es el camino más
corto.
Esa es la auténtica buena nueva que está siendo anunciada a
todos los buscadores de la verdad, confirmando la promesa hecha hace
más de dos mil años. ¿Quién es ese nuevo y misterioso mesajero? Para
algunos siconautas se trata de un alcaloide, de un mensaje cifrado
depositado en el mundo vegetal por una especie de Inteligencia
Alienígena. Para otros, es un nivel de consciencia donde podemos
vivenciar la realidad del Yo Superior y del propio Dios.
Mismo
considerada de maneras tan distintas, ¿de dondé nace esa voz capaz de
nos elevar espiritualmente y ayudar la salvación no sólo de nuestra
alma, pero también de nuestra espécie? ¿Del hondo de nuestro ser? ¿De la
perla azul donde se encuentra la sede de nuestro Yo? ¿Del loto de mil
pétalos? ¿De la Baraka del Sheikh, de la presencia del Mahatma o de un
jugo de una liana de la selva? ¿ O será que ella está siendo oída por
nosotros provenida de la velocidad de la luz, desde las entrañas de la
eternidad? Las sensaciones son verdaderas y la conciencia humana es el
punto de intersección entre el interior y el más allá, entre el ser
profundamente íntimo e ínfimo, y el Cosmos, sin límite ni tiempo. Las
Upanishads enseñan: Tú eres eso!
Desde el comienzo de la edad de
oro, aurora de los tiempos, que el poeta griego Homero llamó de "aurora
de los dedos de rosa", que las plantas sagradas despiertan en los
hombres el recuerdo de sus orígines, la nostalgia del sagrado y el
anhelo de esa re-conexión con lo que se constituye en el misterio
esencial de su existencia. Podemos tener una idea de interese tal cual
este tema tenía en la antigüedad, cuando tenemos en cuenta la
celebración casi ininterrumpida de los cultos de Eleusis durante 2.400
años.
En este grandioso festival iniciático, que tuvo lugar en la
ciudad de mismo nombre, culminando meses de preparación y
peregrinaciones, era realizado un gran trabajo espiritual. El templo
abrigaba dos mil personas. Y el Gran Hierofante conducía la ceremonia
donde era recordada y representada la leyenda del rapto de Perséfone,
hija de la Diosa Deméter, por Hades, Dios de la Muerte, que la llevaba
para el Reino de los Espíritus. El momento culminante del ritual era
cuando, bajo el efecto del hongo claviceps purpurea, todos los presentes
tenían visiones colectivas sobre la historia de la Diosa y una
comprensión profunda de su contenido simbólico y significado espiritual.
En
nuestros días, la aurora ya está cediendo su lugar a los tonos
inciertos del crepúsculo. El búho de Minerva está volando en los cielos y
nos trayendo nuevos presagios sobre el destino de la humanidad. Nada
más natural que, después de más o menos 1.600 años, desde que el Culto
de Eleusis fue suplido por la naciente organización eclesiástica
cristiana, el mensajero enteógeno esté de vuelta, en la forma de una
planta sagrada que desempeña el mismo papel que los avatares del pasado,
de instruirnos en los momentos de crisis y decadencia de la verdad.
Dicen
que, periódicamente, la fuerza espiritual que sostiene y da forma a
este planeta cambia de lugar, lo que explicaría los súbitos ciclos de
decadencia y de florecimiento de culturas y tradiciones religiosas. Así
pasó a los cultos del Soma en el inicio del periodo védico, a los
Misterios de Eleusis en la Grecia Antigua, a las tradiciones cristianas
gnósticas y esotéricas, a los yoguis del Tibet, a la Cabala de España
Islámica, a los Incas y Aztecas hasta que lleguemos a los pueblos y
culturas remanentes del Edén Original, situado en la selva
sudamericana. Parece que fue allí que Dios sembró gran parte de su
farmacopea enteógena.
Porta do Sol
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